Un mínimo impulso bastaba para que se precipitara al vacío. -Se va a matar - le dije a Horacio. -Se va a matar- dije de nuevo, porque el hombre permanecía sin dar un paso atrás, como si estuviera resuelto a lanzarse. Busqué con la mirada a Horacio pero ya no estaba junto a mí. [...] los minutos pasaban y Horacio no aparecía. Mientras el atardecer se desgajaba en jirones sangrantes. Entonces supe que Horacio estaba frente al suicida en el otro extremo del patio, en idéntica actitud: como dos dagas clavadas frente a frente, como dos peones en un tablero de ajedrez. -Se va a matar- dije, ya sin esperanzas, mirando al desconocido."
Amparo Dávila, "El patio cuadrado"
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