10.11.16

La vieja mora que paró a mi madre tocándole el vientre, la que murmuró “Ahabpsi!”, como quien alza un muro, y que, armada con una mano y una palabra, se enfrentó sola a la furiosa voluntad de aquella mujer embarazada de una niña, que tenía que haber nacido hace tiempo, y que quería seguir caminando por más que hubiera caminado ya más de lo posible… la vieja árabe cuyas manos enrojecidas por la henna eran más fuertes que el desierto… Su mirada penetró al punto en las vísceras de mi madre y sus manos me buscaron en ellas. Me extrajo del fondo de la carne donde yo me hallaba acurrucada… Sin entenderse entre sí, me pusieron, cada una en su lengua, el mismo nombre. “Soledad”, dijo mi madre sin mirarme siquiera. Y la vieja, como un eco, contestó “Wahida”. - CM

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