29.1.14

primero en morir (first lover to die)

 
I
El foráneo que venía de autoestop, se coló en el carro, forzó su entrada al camarote y pidió permiso para dormir. Apenas cerró los ojos, comenzó a resoplar sueños de persecuciones, sueños en los que él era un búfalo escapando, resoplando y escapándose del grupo. Tendría veinte de edad. Aún con que dormía, y resoplaba, daba ese aire exhausto de aparecido. Lo tuve que tocar y fue cuando le volvió el color, el cabello se movió (como flores que se percatan), los pies soltaron ese tufillo a tierra y té. Abrí la segunda cama. Desperté después que él. Nos saludamos en un tercer idioma, el sol relucía en su cabeza. Metimos las camas y desayunamos lado a lado. Tenía la piel rosa y olivo, la boca grande, el cabello miel y rizado. El tren se aproximaba a su destino, se veían los caminos, los niños, los tendidos, los perros. Se escuchaba todavía lejos el inspector del trenhotel cuando se despidió y salió. El papelito con mi dirección se le cayó antes de cruzar el pasillo por todo lo largo. Lo vi desde mi puerta y fui a recogerlo. Me preparé para el descenso.
II
Desayunamos lado a lado, sacamos una de las camas. Nos tocamos por debajo de la ropa, pedía que le chupara y mordiera el mentón. Tendría veinte o menos, en realidad. Entramos a la estación abrazados, con los audífonos puestos, las piernas muy juntas: calcetines celestes, calcetines blancos. Toda su piel se sentía tan nueva. Se fue y el calor de antes terminó de disiparse.
III
Tendría veinte o menos, en realidad. Se sentía tan nuevo, tan bien, aunque nunca habló de su huída. Mordía y tras verlo salir ya no encontré mi cartera.





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